Ilustración: Byron Maher.
Con la vuelta de vacaciones muchas familias se plantean cada año las extraescolares a las que irán las más pequeñas y pequeños o qué tipo de actividades les gustaría practicar al acabar el horario escolar. La robótica, la programación y los videojuegos están triunfando ya que pueden ser herramientas que favorezcan ese espíritu crítico que buscan los currículums escolares y tantas familias para los más jóvenes.
«Pensamos críticamente cuando hacemos juicios razonados sobre qué pensar o cómo actuar ante situaciones relevantes o problemáticas de la vida cotidiana, en los diversos contextos […]. Pensar críticamente no conlleva encontrar una solución o respuesta predeterminada, verdadera y definitiva, sino más bien enjuiciar y valorar desde criterios racionales las opciones o respuestas posibles en un contexto dado. El pensamiento crítico se basa en criterios, somete a crítica y revisión los criterios, y se atiene a las demandas y características del contexto. Pensamiento “crítico” se opone a “acrítico”, que acepta las conclusiones sin una evaluación de los supuestos, las bases o criterios; que decide y actúa sin previo análisis de la situación, sin evaluación de las alternativas posibles, las dificultades y los recursos disponibles.»
A principios del siglo XXI estas palabras aparecían en El pensamiento crítico en la práctica educativa (Editorial Fugaz, 2001), volumen coordinado por el profesor Víctor Santiuste Bermejo. Hoy en día las suscribimos punto por punto en cuanto a contenido, y en cuanto a continente queremos (y debemos) adaptarlas al contexto actual, donde las fake news acechan en cada rincón de las redes sociales, donde los flujos de información son cada vez más rápidos, donde las fuentes cada vez más numerosas… y nuestro tiempo cada vez más limitado. Ser críticos con la información que nos llega es cada día más difícil, y para estos nativos digitales que nacieron con este flujo incesante, la tarea es doblemente ardua.
Suena tu teléfono, nuevo mensaje recibido, otra noticia que te interesa pero no tienes mucho tiempo de contrastar, el titular parece interesante, quizá te da tiempo a leer la entradilla pero antes de que llegues al último párrafo quizás acabaste tu trayecto hasta el trabajo o quizás otra notificación te distrajo. Es la historia que se repite en nuestro día a día, ese internet que soñamos nos haría libres no para de generar información nueva que es difícil tengamos tiempo de contrastar.
A todo esto se unen los algoritmos que seleccionan qué información consideran más relevante pudiendo pasar por alto los contenidos que realmente nos interesan. Por otro lado, podemos seguir en redes a comunidades, asociaciones o partidos políticos que nos sean afines, pero probablemente la información que nos llegue de ellos termine convirtiéndose en un eco de nuestras ideas (en mayor o menor medida), lo que tampoco nos ayuda a reflexionar. Los medios, por su lado, escriben cada vez más a golpe de “clickbait”, con informaciones cortas, sencillas y con titulares llamativos que nos llevan a engrosar sus cifras de visitas únicas a su web. Así, paulatinamente, nos vamos convirtiendo en usuarios pasivos, potenciales consumidores de fake news e información poco contrastada derivada de las lógicas del beneficio privado en vez de dedicarnos a crearla, colectivamente y de forma crítica, pensando en el bien común.
La educación es un pilar básico gracias al cual podemos combatir el convertirnos en consumidores acríticos tengamos la edad que tengamos. Dentro de las aulas han aparecido pizarras digitales, tabletas en ocasiones y quizá kits de robótica básica. El problema surge cuando estas herramientas siguen la lógica del mercado y no la búsqueda de estimular las mentes de esas personas formándose dentro de los centros de estudio. Esos usos, igual que la gamificación, se centran en muchas ocasiones en una simplificación, unas instrucciones con las que montar un robot que no permiten al alumno desarrollar su creatividad o una tableta que es un mero sustituto de la libreta donde tomar notas.
Las nuevas experiencias formativas que centran su atención en el alumnado, potenciando la creación artístico- tecnológica, crítica y lúdica, horizontal y colaborativa basada en pedagogías críticas son las que permiten al alumnado motivarse, participar y conseguir así un aprendizaje significativo que fomenta que crezcan y maduren. Otras experiencias que les someten a flujos de información constante dentro de las aulas y las extraescolares, consiguen que los más jóvenes de la sociedad empiecen a convertirse aún antes en consumidores pasivos, acríticos.
Si queremos que la generación Z sea capaz de enfrentarse a estos flujos de información constante y difícil de seleccionar es importante una alfabetización digital crítica basada en pedagogías libres que permitan a las niñas/os y jóvenes experimentar, enfrentarse a puntos de vista, opinar y equivocarse.