La imagen que ilustra este texto la generó, a través de una página online, Amina, y la incluyó, influenciada por la lectura de 1984, en un trabajo de final de curso sobre Historia del siglo XX. Muy celosa siempre a la hora de opinar en redes sociales por saber el Gran Hermano que éstas son, nunca pensó que este meme curricular pudiese quedar en su mochila como algo “reprochable” con lo que atacarla cuando concurrió a un concurso público local con su empresa.
Lucas lo había pasado fatal en el instituto. Estaba tan cansado de que le dijeran gordo seboso que pasó años vomitando la comida a escondidas. Y tanto tiempo después, le querían denegar el seguro de salud precisamente por este episodio traumático que quedó registrado en el colegio.
Jasmín fue feliz a su entrevista de trabajo, confiaba en que las notas excelentes y el expediente impecable en sus años de estudiante la hacían una candidata muy apta para el puesto. Lo que no esperaba era que la rechazaran porque una persona sindicalista era problemática: aquellas huelgas del 8M en 2018 y 2019 eran parte de la información que su tutor anotaba sin falta en la plataforma.
Noah y Pablo estaban tan felices… Por fin habían encontrado un hogar donde vivir e iban a pedir una hipoteca. El banco desestimó su petición porque supo que habían participado en aquella concentración para evitar el desahucio de su compañera de clase y «no querían liantes como clientes».
Miriam estaba nerviosa, como cualquiera al hacer una entrevista de acceso a una universidad extranjera de prestigio. Lo que no sabía es que aquella profesora que le tuvo manía en los últimos años de instituto, dejó muy malos comentarios en correcciones de trabajos registrados en los servidores y, por tanto, accesibles para un evento así.
Arantxa concurría a las oposiciones a Correos tras meses de preparación. Poder currar en su provincia la entusiasmaba, pero una vez vistas las listas, no puede dejar de pensar si el día que apoyó una huelga estudiantil junto a otras compañeras dentro de los años del procés no ha tenido nada que ver en quedar relegada al último escalafón de la lista.
Amina, Lucas, Jasmín, Noah, Pablo, Miriam y Arantxa, efectivamente, son personajes ficticios, pero, a la vez, personas posibles, pues son una muestra de lo que podría pasar si las nativas digitales no tuvieran una formación que incluya una alfabetización crítica y, sobre todo, ajena a los intereses corporativistas en las escuelas.
Personas posibles como João, estudiante brasileño al que las pellas para ir con amigos el día de su cumpleaños le perseguirán de por vida, pues el Gobierno de Brasil ya usa tecnologías de localización RFID insertas en los uniformes escolares.
El debate sobre las tecnologías como herramienta de control y sobre los intereses privativos que las mueven ha vuelto a salir a la palestra en las últimas semanas, cuando madres y padres de escuelas e institutos de Barcelona junto a Xnet nos alertaban de la opacidad en el uso de datos de las alumnas por parte de Google publicando el documento “No firméis la autorización para el uso de Google Suite en las escuelas”. En él explican los potenciales problemas que se derivan del uso de esta plataforma en las aulas y la falta de información sobre el uso potencial de los datos recogidos para las familias.
Días después de arrancar la campaña informaban de haber comenzado negociaciones con la Generalitat: «Les hemos propuesto una serie de soluciones y las conversaciones se están desarrollando con buena predisposición. Nos hemos comprometido a dejarles un tiempo para estudiarlas y darnos una respuesta»
Todo ello vuelve a poner sobre la mesa la necesidad de una política de datos que apueste por cimentar modelos de gobierno y gestión de lo público a través de la construcción y gestión de los recursos comunes por medio de la institución pública, pues en esta polémica, como reza el citado documento, «las escuelas públicas, muchas sin saberlo, son la institución que “blanquea” el uso de Google. En lugar de ser, precisamente, “espacio libre de Google”, que incentive el uso de opciones críticas (estamos hablando de centros públicos), lo que hacen por desconocimiento, inconsciencia o, en contados casos, otros intereses, es aprobarlo y legitimarlo».
Quien controla los datos controla una porción importante de nuestras vidas, de la economía y de la capacidad de tomar decisiones de acuerdo al análisis algorítmico de estos flujos. De ahí que este necesario texto nos cuente cómo «[l]as familias y jóvenes ya conocen Google y pueden acceder a sus servicios de forma muy fácil fuera del ámbito educativo. La escuela debería ofrecer herramientas neutrales y comprensibles. Para cada solución que ofrece Google, los centros tienen a disposición herramientas “open source” que preservarían la privacidad de datos de menores tales como sus relaciones, sus resultados académicos o sus preferencias. No son más complicadas y tienen igual usabilidad tanto para los profesores como para los usuarios».
Las propuestas y la lucha de estas familias movilizadas en pos de los derechos digitales del alumnado y las escuelas debería ser la punta de lanza de una ofensiva mayor con la que apostemos por una alfabetización digital crítica y de calidad, tanto para el alumnado como para el profesorado, intentando superar así la brecha digital a la que nos somete la rápida y constante tecnologización y mercantilización. Así pues, esa necesaria política de datos desde la institución pública debe abrirse a espacios de interlocución con el tercer sector, las cooperativas y la colaboración ciudadana. Los datos tienen que circular libremente en las redes y para hacerlo posible es necesario respetar los principios propios del “conocimiento abierto”, práctica de creación cultural surgida desde y en las redes digitales y que establece diferentes principios: acceso, redistribución, reúso, integridad y atribución, principios que garanticen de forma equitativa tanto quien produce los datos como quien los recibe. Hay que poner la propiedad ciudadana de los datos, las herramientas, los procesos y los fines en la centralidad del debate.
No lleguemos a un mañana en el que, cuando ya sea tarde, recordemos aquello de que que si no pagas por un servicio, es que el producto eres tú.
Ilustración: Byron Maher.
Con la vuelta de vacaciones muchas familias se plantean cada año las extraescolares a las que irán las más pequeñas y pequeños o qué tipo de actividades les gustaría practicar al acabar el horario escolar. La robótica, la programación y los videojuegos están triunfando ya que pueden ser herramientas que favorezcan ese espíritu crítico que buscan los currículums escolares y tantas familias para los más jóvenes.
«Pensamos críticamente cuando hacemos juicios razonados sobre qué pensar o cómo actuar ante situaciones relevantes o problemáticas de la vida cotidiana, en los diversos contextos […]. Pensar críticamente no conlleva encontrar una solución o respuesta predeterminada, verdadera y definitiva, sino más bien enjuiciar y valorar desde criterios racionales las opciones o respuestas posibles en un contexto dado. El pensamiento crítico se basa en criterios, somete a crítica y revisión los criterios, y se atiene a las demandas y características del contexto. Pensamiento “crítico” se opone a “acrítico”, que acepta las conclusiones sin una evaluación de los supuestos, las bases o criterios; que decide y actúa sin previo análisis de la situación, sin evaluación de las alternativas posibles, las dificultades y los recursos disponibles.»
A principios del siglo XXI estas palabras aparecían en El pensamiento crítico en la práctica educativa (Editorial Fugaz, 2001), volumen coordinado por el profesor Víctor Santiuste Bermejo. Hoy en día las suscribimos punto por punto en cuanto a contenido, y en cuanto a continente queremos (y debemos) adaptarlas al contexto actual, donde las fake news acechan en cada rincón de las redes sociales, donde los flujos de información son cada vez más rápidos, donde las fuentes cada vez más numerosas… y nuestro tiempo cada vez más limitado. Ser críticos con la información que nos llega es cada día más difícil, y para estos nativos digitales que nacieron con este flujo incesante, la tarea es doblemente ardua.
Suena tu teléfono, nuevo mensaje recibido, otra noticia que te interesa pero no tienes mucho tiempo de contrastar, el titular parece interesante, quizá te da tiempo a leer la entradilla pero antes de que llegues al último párrafo quizás acabaste tu trayecto hasta el trabajo o quizás otra notificación te distrajo. Es la historia que se repite en nuestro día a día, ese internet que soñamos nos haría libres no para de generar información nueva que es difícil tengamos tiempo de contrastar.
A todo esto se unen los algoritmos que seleccionan qué información consideran más relevante pudiendo pasar por alto los contenidos que realmente nos interesan. Por otro lado, podemos seguir en redes a comunidades, asociaciones o partidos políticos que nos sean afines, pero probablemente la información que nos llegue de ellos termine convirtiéndose en un eco de nuestras ideas (en mayor o menor medida), lo que tampoco nos ayuda a reflexionar. Los medios, por su lado, escriben cada vez más a golpe de “clickbait”, con informaciones cortas, sencillas y con titulares llamativos que nos llevan a engrosar sus cifras de visitas únicas a su web. Así, paulatinamente, nos vamos convirtiendo en usuarios pasivos, potenciales consumidores de fake news e información poco contrastada derivada de las lógicas del beneficio privado en vez de dedicarnos a crearla, colectivamente y de forma crítica, pensando en el bien común.
La educación es un pilar básico gracias al cual podemos combatir el convertirnos en consumidores acríticos tengamos la edad que tengamos. Dentro de las aulas han aparecido pizarras digitales, tabletas en ocasiones y quizá kits de robótica básica. El problema surge cuando estas herramientas siguen la lógica del mercado y no la búsqueda de estimular las mentes de esas personas formándose dentro de los centros de estudio. Esos usos, igual que la gamificación, se centran en muchas ocasiones en una simplificación, unas instrucciones con las que montar un robot que no permiten al alumno desarrollar su creatividad o una tableta que es un mero sustituto de la libreta donde tomar notas.
Las nuevas experiencias formativas que centran su atención en el alumnado, potenciando la creación artístico- tecnológica, crítica y lúdica, horizontal y colaborativa basada en pedagogías críticas son las que permiten al alumnado motivarse, participar y conseguir así un aprendizaje significativo que fomenta que crezcan y maduren. Otras experiencias que les someten a flujos de información constante dentro de las aulas y las extraescolares, consiguen que los más jóvenes de la sociedad empiecen a convertirse aún antes en consumidores pasivos, acríticos.
Si queremos que la generación Z sea capaz de enfrentarse a estos flujos de información constante y difícil de seleccionar es importante una alfabetización digital crítica basada en pedagogías libres que permitan a las niñas/os y jóvenes experimentar, enfrentarse a puntos de vista, opinar y equivocarse.